CAFÉ VIENES.
Marta Romer
Cuando niña (década del cuarenta) cada tanto mi madre me llevaba a una confitería, frecuentada especialmente por la colectividad judía de origen alemán y austríaco, ubicada en pleno centro, cuyos dueños, emigrantes vieneses, preparaban excelente repostería. Cada vez que iba, me dedicaba a saborear un diferente manjar. Un día, fuimos acompañadas de la tía René. Mientras ellas tomaban el té con masitas diversas y yo un sorbete de frutillas, ingresaron dos señoras mayores, vestidas sencillamente pero con guantes y sombrero a pesar del calor. Pidieron dos cafés. Se los sirvieron en tazas pequeñas. Mi tía, le susurró a mi madre: Esas dos (señaló con un suave movimiento de cabeza) vienen casi todas las tardes. Sólo piden un café, porque más no pueden pagar. Los nazis les quitaron todo, apenas pudieron escapar con lo puesto. Aquí trabajan de cocineras…pero no por eso dejan de venir…Así son… Años después, paseando por la zona céntrica de la ciudad de Viena, repleta de cafés al aire libre todos muy concurridos, el guía nos dijo:”acá se viene a ver y a ser visto”. Entonces comprendí que a eso iban las dos señoras vienesas a pesar de sus escasos recursos.
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